Visten bien, pero es mentira, son pobres
Una delgada línea separa la mísera tarifa por horas sexuales de la limosna por caridad a la que han tenido que bajar
Vivo en pleno centro de Madrid, ver a mujeres prostituidas está a la vuelta de cualquier esquina. Son muchas las calles donde suelen ubicarse sometidas para vender su cuerpo. A menudo trato de buscar con la mirada dónde se coloca el chulo que las vigila, porque siempre está en alguna parte, así, de incógnito.
Mujeres muy jóvenes, extranjeras, de Europa del Este, África y Latinoamérica. Te sonríen como si la vida les fuera de maravilla, como si sus deseos fueran realmente los de acostarse con sus clientes. Una falsedad que no les interesa percibir a quienes les importa una mierda sus vidas. Mujeres que están de lunes a domingo, día tras día, mes tras mes. Las veo bien vestidas, pero es mentira. Son pobres.
En ciertas calles ubican a las más atractivas. En calles aledañas ubican a las que menos llaman el consumo. Las categorizan. Madrid es un tablero de prostitución. Son pobres porque a algunas ya las veo incluso pedir dinero. Una delgada línea separa la mísera tarifa por horas de la limosna por caridad a la que han tenido que bajar. Han llegado a esa fase pasada de rosca, de esperar las horas en la calle, sentadas, con su cartela de cartón escrito y un vaso para recibir monedas, pasando la frontera humillante de ofrecer su cuerpo a cambio de dinero a solicitarlo a cambio por nada.
Algunas de ellas están visiblemente mal, con evidentes signos de inestabilidad psíquica. Pero siguen siendo explotadas ferozmente. Llueva, truene, caiga una helada, haga un calor de infierno, estén enfermas, tengan el periodo... Da igual, están todos, toditos los días. Y eso es espeluznante.
Otras mujeres son mucho más adultas, muy avanzadas en edad. ¿Qué tipo de necesidad ha de tener una mujer de 60 años en adelante para vender su sexo en una callejuela del centro madrileño? La misma, una opresión del sistema que la precipita a hacer lo que sea para sobrevivir.
También veo a menudo a mujeres transexuales. A ellas les ceden otras calles. Esto es como un mapa marginal repartido entre chulos proxenetas y mujeres cuya sociedad les otorga pocas salidas que estén a la altura de la dignidad. Las ves sonreír, las ves coquetear, soltar alguna frase obscena que te indican de una manera falsa que a ellas, a las transexuales les gusta ser así, unas 'guarras'. Pero es mentira, porque son explotadas igual que el resto. No estarían ahí de tener la oportunidad de otra vida. Día sí y día no son atacadas físicamente. Las golpean y les roban, para más inri. Y de la violencia verbal que recibirán ya ni me imagino. Sean las 3 o las 4 de la mañana oigo gritos, me levanto y me asomo al balcón. Alguna vez acude una patrulla policial, pero pocas soluciones pueden dar. Esto se vive ya con una normalidad pavorosa. Es intolerable el acoso, la explotación, la violencia, la pobreza y otras atrocidades si las sufrimos en carne propia, pero es normal que les pase a ellas porque siempre ha pasado así. Y un carajo.
Cuánto nos afectaría que le pasara a un familiar, que les pasara a los amigos, que les pasara a alguien de nuestro entorno. Pero pasamos del tema cuando les pasa a ellas. Qué poca conciencia colectiva tenemos, joder. Qué poca profundidad y conocimiento de causa cuando verborreamos sobre defender al pueblo en clave de 'indignados' al ver con todo pavor a una fracción de librepensadores capitaneados por una "reportera" de moda que afirma que
la prostitución no es tan dura, y que ella misma
se plantea ser puta, así tan fresca. Como si las explotadas sexuales no lo estuvieran tanto y más que la multitud de casos sobre explotación laboral que leemos a diario, cuando lo que hacen con ellas es una auténtica salvajada llevada al límite de lo soportable, como es la violación continua por activa y por pasiva.
Foto modificada de original (Víctor Lerena)